
El gasto militar alcanza niveles históricos mientras el modelo económico se vuelve insostenible
Tres años después del inicio de la invasión de Ucrania, la economía rusa ha desarrollado una peligrosa dependencia del conflicto bélico. Lo que comenzó como una operación militar que debía durar semanas se ha convertido en un círculo vicioso donde la guerra ya no es solo una estrategia geopolítica, sino el motor principal de la economía del país.
Una escalada militar sin precedentes
Los números son elocuentes y preocupantes. El gasto militar ruso se ha disparado hasta representar el 8,7% del PIB en 2024, el nivel más alto desde la caída de la Unión Soviética hace más de 30 años. Esta cifra supera ampliamente los estándares internacionales y revela una economía que ha reorientado completamente sus prioridades.
Los gastos de defensa han aumentado aproximadamente un 90% en los tres años de guerra, una escalada que ha transformado radicalmente la estructura económica del país. Para 2025, aunque el gasto militar representará un 6,31% del PIB (ligeramente menor que el 6,7% de 2024), esto implica un incremento del 24,4% respecto al año anterior.
El punto de no retorno económico
La situación se ha vuelto particularmente crítica porque 2025 podría ser el primer año en que los ingresos del petróleo y el gas no compensarán el aumento de los gastos militares. Este es un punto de inflexión crucial: la economía rusa ya no puede financiar su máquina de guerra con sus tradicionales fuentes de ingresos energéticos.
La economía de guerra rusa ha permitido al país sortear las sanciones y el aislamiento, convirtiéndose en un elemento clave del cambio de tendencia en la guerra de Ucrania. Sin embargo, este modelo aparentemente exitoso esconde una realidad mucho más frágil.
La espiral inflacionaria y sus consecuencias
La prolongación de la guerra «está dejando una espiral de inflación» con una causa original: «la movilización masiva del gasto público a la producción de armas». Esta dinámica se ha convertido en el principal dolor de cabeza del banco central ruso, que lucha por controlar unos precios que reflejan una economía sobrecalentada por el gasto militar.
La adicción a la guerra ha creado una economía artificial que funciona a corto plazo pero que es insostenible a medio y largo plazo. Los recursos que deberían destinarse a modernización, infraestructura civil, educación y sanidad se han redirigido masivamente hacia la producción armamentística.
Un dilema sin salida aparente
La paradoja de la economía rusa actual es que necesita continuar la guerra para mantener su estabilidad económica inmediata, pero al mismo tiempo, esta dependencia la conduce hacia un precipicio económico de mayor envergadura. Es como un adicto que necesita cada vez más droga para funcionar, sabiendo que cada dosis lo acerca más a la destrucción.
Análisis recientes sugieren que las dificultades internas y las sanciones podrían llevar a Rusia a la mesa de negociaciones, donde la escasez de suministros y la presión económica son factores clave en este posible cambio.
Las señales de alarma
La economía rusa muestra varios indicadores preocupantes:
Desequilibrio estructural: Una proporción desmesurada del PIB dedicada a gastos militares compromete el desarrollo de otros sectores económicos esenciales.
Dependencia energética insuficiente: Por primera vez en décadas, los ingresos del petróleo y gas no pueden sostener el modelo económico actual.
Inflación descontrolada: El sobrecalentamiento económico por el gasto militar genera presiones inflacionarias que el banco central no puede contener completamente.
Aislamiento financiero: Las sanciones internacionales limitan las opciones de financiación y comercio exterior.
El coste de la salida
Detener la guerra implicaría un ajuste económico brutal para Rusia. Millones de empleos vinculados a la industria militar quedarían obsoletos de la noche a la mañana. La reconversión de una economía de guerra a una economía civil requiere tiempo, recursos y una planificación que el actual modelo no contempla.
Según estimaciones, sin la guerra, el PIB de Rusia podría haber sido hasta un 15% mayor, mostrando el coste real que el conflicto ha tenido para el país agresor.
El abismo que se aproxima
La economía rusa se encuentra en una situación paradójica: no puede continuar indefinidamente con el actual nivel de gasto militar sin colapsar, pero tampoco puede detener la guerra sin enfrentarse a una crisis económica inmediata de enormes proporciones.
Esta adicción a la guerra ha creado una trampa económica de la que será muy difícil escapar sin consecuencias devastadoras. El tiempo dirá si Moscú encuentra una salida a este laberinto económico antes de que el abismo se vuelva inevitable.
La pregunta ya no es si la economía rusa puede sostener indefinidamente esta situación, sino cuándo y cómo se producirá el inevitable ajuste. La historia económica nos enseña que ningún país puede mantener indefinidamente una economía de guerra sin pagar un precio muy alto.